Adiós, señor González de Alba
Columna Nom Serviam/ Foto: Revista Replicante/
Leopoldo Emmanuel Benítez Arias/
El sábado primero de octubre a altas horas de la noche me encontraba en mi cuenta de Facebook, enterándome de la vida de mis amigos, las publicaciones de los periódicos y las revistas, lo nuevo de alguna página web. De repente comenzaron a aparecer publicaciones de Luis González de Alba; debido al material que compartió se me ocurrió pensar que el señor andaba especialmente melancólico: fotografías de la isla de Poros, una foto de él muy joven, algunos versos, unas fotos de su gran amor…
En fin, no le di más importancia y me fui a dormir. Al día siguiente, alrededor de las seis de la tarde, cuando me encontraba revisando mi muro de Facebook, lo leí y me quedé helado por un momento. Me puse de pie, salí del estudio y fui hacia mi hermano que se encontraba viendo la televisión.
—Se murió Luis González de Alba —le dije.
No me creyó hasta que lo fue a cerciorar en mi laptop.
La primera vez que oí de Luis González de Alba habrá sido hace poco más de un año. Escuché su nombre en un podcast de Dispara Margot, Dispara. ¿Un crítico de las actuales marchas del 2 de octubre y que fue líder de aquél movimiento? Suena interesante. Me zambullí en Internet. Descubrí sus columnas en Milenio (La calle y Se descubrió que…), sus colaboraciones para Nexos y algunos pocos videos que se pueden ver en Youtube.
Era fascinante.
La dureza con la que atacaba lo políticamente correcto. Su agresiva oposición a Andrés Manuel López Obrador y la Izquierda demagógica. Su vasto conocimiento de la ciencia, la Historia y la cultura. Sí, muchas veces que lo leí, sus textos me parecieron incluso reveladores.
Me enteré de su injusta salida de la Jornada y su pleito con Carlos Monsiváis y Elena Poniatowska. Su defensa de los derechos de la comunidad LGBT. Su amor por Grecia y por Israel.
Me dispuse a conseguir algunos de sus libros, el primero, Cielo de invierno, lo encontré el último día de la Feria del Libro de la UJAT del 2015, en la sede Plaza de Armas; el segundo, Los días y los años, lo hallé —para mi sorpresa— en la División Académica de Educación y Artes de la UJAT, lo obtuve de un chavo que lleva libros en cajas para venderlos en la universidad; y el tercero que he comprado hasta el momento, El vino de los bravos y unos tequilas, lo conseguí en un bazar de libros en el parque central de la ciudad de Tlaxcala.
¿Qué puedo decir que no se haya dicho? Su prosa es excepcional, aún me falta leer sus poemas.
Luis González de Alba se convirtió casi instantáneamente en uno de los intelectuales mexicanos que más llegué admirar. Y no precisamente por su intelecto, sino por ser fiel a sí mismo, por decir lo que pensaba aunque le llovieran piedras en las redes sociales, por brindar una mirada más serena y despejada del movimiento de 1968.
No siempre estuve de acuerdo con sus ideas; pero nunca me perdía sus columnas en Milenio ni en Nexos desde que comencé a seguirlo. Un par de días después de darse a conocer su suicidio me doy cuenta que el Luis González de Alba de hace un año no era el mismo de los últimos meses. Todavía en el 2015 parecía estar en firme pie de guerra, férreo. En sus escritos más recientes se dejaba ver cierta melancolía, como una añoranza, algo de dolor. Quién sabe.
Lo comencé a leer muy tarde y se me fue muy pronto. Adiós, Sr. González de Alba.