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A Sócrates le daría un infarto

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Columna Non Serviam/

Leopoldo Emmanuel Benítez Arias/

Hace mucho tiempo, en un continente del otro lado del charco existió una civilización denominada Antigua Grecia (no confundir con la Grecia actual, obviamente ni siquiera hablan el mismo griego).

La Antigua Grecia es vista el día de hoy como cuna de grandes pensadores, artistas y políticos; tierra donde los aedas cantaban impresionantes historias con lujo de detalle, se libraron batallas que hasta ahora inspiran películas, los dioses se inmiscuían con los hombres y todo mundo tenía sexo desenfrenado muy seguido en tremendísimas borracheras —y hay quienes se quejan del libertinaje de estos tiempos, inocentes y pobres amigos.

Uno  de los pensadores más famosos de esta cultura fue Sócrates. Maestro de Platón, posiblemente el fundador de la Ética cuyo interés se centraba mayormente en el hombre y su conducta. Buscaba que sus discípulos, a través del “parto espiritual”,  lograran desarrollar la capacidad de pensar por cuenta propia a través de un proceso de preguntas y reflexiones que parten de lo particular hacia lo general.

Pues bien, mucho nos sorprendemos que siendo Sócrates un hombre de ideas haya mostrado una firme animadversión hacia la escritura. ¿Estaba equivocado? Sí, al fin y al cabo conocemos a Sócrates porque Platón tuvo la idea de preservar sus enseñanzas por escrito; pero su preocupación era muy válida.

¿Recuerdan a los aedas del primer párrafo y la mayéutica? Resulta que investigaciones recientes de Antropología, Lingüística y Neurología arrojan información sobre la extraordinaria capacidad de retención y memorización de los antiguos griegos. Con razón existe esa vasta y rica mitología Griega, con razón fue una civilización preocupada por preservar su pensamiento y su cultura. Por mucho tiempo así fue gracias a la tradición oral, que exigía a los antiguos griegos una enorme capacidad para memorizar.

Pero cuando grandes sectores de la Antigua Grecia fueron alfabetizados, gracias al lenguaje escrito fue preservada esta cultura hasta nuestra era. Sócrates no veía con buena cara esto, pues pensaba que el lenguaje escrito era palabras muertas, sin la capacidad de contestar o retroalimentar. Y, atención aquí, le preocupaba la inmensa cantidad de escritos que podrían llegar a existir, redactados sin ningún control y cualquiera tendría acceso a ellos sin la seguridad de haber interpretado cabalmente lo leído. En pocas palabras, “Sócrates luchaba contra la falta de análisis de las capacidades de nuestro lenguaje y su utilización sin toda nuestra inteligencia”.1

A mí me parece que si Sócrates viviera y se echara una zambullida en las redes sociales o naufragara en algún buscador por las varias páginas con contenido pobre, le daría un infarto del enojo. Las noticias falsas con grosera cantidad de “me gusta” y compartidas al primer clic han representado un gran problema para plataformas como Facebook y para la sociedad en general. Porque sí, en efecto, un titular y una imagen atractiva y escandalosa puede enamorar a los más incautos.

Que Facebook y Twitter y Google planean nuevas estrategias para identificar y desechar contenidos con información y noticias falsas, qué bueno. Pero la verdadera chamba es de uno, de mí, de ti, de nosotros. No hay que quedarse con la primera impresión, busquemos fuentes confiables prestigiosas, consultemos a los conocedores (no a los habladores) y, ¿por qué no? Confrontemos lo que damos por hecho aunque no nos guste lo que vayamos a encontrar.

Sí, hay un mar de información, sí, todo mundo escribe, y sí, todo mundo lee o dice leer. En efecto, la preocupación de Sócrates era legítima.

 

 

  1. Wolf, M. “Cómo aprendemos a leer. Historia y ciencia del cerebro y la lectura”, Ediciones B, S. A., Barcelona, 2008. Págs. 99-100.

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