El más humilde
*Víctor Ulín/
No hay mejores palabras que lo definan y que recuerden por siempre su paso terrenal. Fue, será, un Papa Humanista. El más Humilde.
Hasta el último día fue congruente con el nombre que eligió, que asumió con convicción, vocación y amor, para su papado en honor a San Francisco de Asís.
Como San Francisco de Asís, se despojó de lujos y protocolos desde que se le delegó la responsabilidad de liderar la Iglesia Católica.
En un tiempo en que la humanidad vive una crisis que la mantiene al borde del precipicio, el Papa Francisco fue un hombre que usó su poder religioso y como representante del Vaticano para hacer solo el bien. Para estar de lado de quien fuera necesario, sin distinciones. Predicó la palabra de Dios con el ejemplo. Caminó el mundo con su discurso de paz y una bondad que contagiaba.
Su Papado respondió a su tiempo. Sin atentar contra los cimientos de la Iglesia Católica y mantener su defensa, abrió su corazón a todas las voces y a todos los temas, por más sensibles y controversiales que fueran, sin rehuirle a ninguno.
Abrazó y besó a los que se asumían como sus críticos o adversarios a su Iglesia y fe. Nunca dudó en poner la otra mejilla o besarle los pies a sus enemigos o amigos.
Fue el Papa de todos. Su cercanía mayor fue con los pobres, con los más pobres. Con ellos que sin tener nada siempre ofrecen y comparten el pan. Con los que andan descalzos, los que no tienen techo, que duermen en las bancas o casas abandonadas; con los migrantes, con las mujeres desamparadas, con los enfermos y sus familias; con desempleados, con las madres que buscan a sus hijos, con los que sufren con guerras absurdas.
Afirmaría que justamente los mas vulnerables lo van a extrañar sobre manera, lo van a llorar mucho y lo tendrán presente hasta la eternidad. Se ha ido físicamente su más férreo defensor, su hermano, su Papa. Queda su legado imperecedero, como el de cada uno de sus antecesores que han mantenido la fe inquebrantable y su misión incólume.
Lo van extrañar en todas partes, en países pobres y ricos, en ciudades pequeñas o grandes, aquí en las Iglesias, en las calles, en los asilos, en los anexos, en los hospitales, en los barrios, en las colonias.
El hombre que a sus 88 años de edad ha trascendido seguirá siendo buscado. Amado. Venerado. Cambió corazones, transformó y salvó vidas.
El mundo, diría, de alguna manera se ha quedado huérfano con su partida. Su preocupación por los más necesitados, los más pobres entre los pobres, tiene que mantenerse. Lo mismo en África que en Europa o América. Lo mismo en Tijuana que en Guadalajara o estados del Sur, o que en Gaza o Ucrania.
El mundo necesita más hombres buenos como el Papa Francisco. Los políticos de aquí y de todas partes parecen ensimismados en ambiciones que no tienen en el centro de sus decisiones y preocupaciones a nuestros semejantes. Hermanos.
Las guerras bélicas y comerciales acaparan el interés de quienes hoy gobiernan. Esa es la verdad. La misma que criticó el Papá Francisco en sus múltiples convocatorias para unir, para hacer paz en el mundo. Para recuperar la humanidad por la que luchó y por la que vivió hasta su último día en la tierra.
Alguna vez, en una de tantas de sus expresiones que resumían también su convicción y esperanza para cambiar el mundo y sensibilizar a sus habitantes, lo dijo: “No sirve de mucho la riqueza cuando hay pobreza en el corazón”.
La Iglesia Católica que ahora mismo siente su partida, tiene por delante el desafío de seguir y mantener el legado del Papá Francisco que nunca se rindió ante la adversidad que fue una constante en su vida. Que cayó una y muchas veces como Jesucristo rumbo al Gólgota, y se levantó para continuar con su encomienda. Con la misión que en tierra cumplió. En esta misma tierra que pronto lo abrazará, así, a ras de suelo, sin ornamentos, en Basílica Santa María la Mayor, como lo solicitó en su testamento. Así como vivió: sin lujos, sin excesos. Con la sencillez y humildad que mostró durante los 12 años de su papado.
*Originalmente la columna Historias Cotidianas se publica en el Semanario Arquidiocesano de Guadalajara