Prometen el paraíso; terminamos en infiernos
Pórtico/
Román Ramírez Carrillo/
La mayoría de los ciudadanos percibimos y sabemos que la clase política sólo se representa a sí misma, a sus intereses particulares y de grupo. Por eso en la próxima sucesión presidencial, además de un sistema anticorrupción que termine con la impunidad y los privilegios, los ciudadanos demandarán una representación real sobre una nueva visión del país.
En 2000 creímos que la alternancia política sería suficiente para una mejor construcción democrática, pero resultó un pluralismo tan débil que los proyectos políticos son difícilmente diferenciables. Los partidos políticos se roban banderas y programas unos a otros. A los ciudadanos se nos hace difícil distinguirlos, sobre todo al PRI y al PAN, que son muy similares en su concepto de país.
Es el caso de la nueva reforma educativa, aprender a aprender, con un nuevo humanismo social, que viene de una línea democrática en los saberes y aprendizajes que los partidos autoritarios de los años 80 repudiaban, y hoy es la gran solución que propone el partido en el poder. Antón de Shutter y Paulo Freire, ya fallecidos, esbozarían una sonrisa. La falta de representación y la desconfianza ciudadana disminuyen el apoyo a una democracia fuerte, y se incrementa el desinterés por los asuntos públicos.
Hoy, toda la comunicación política está centrada en la figura de los candidatos, en la formación de los cuartos de guerra de cada partido político, donde se diseñan las estrategias de guerra sucia, de ataque y descalificación política.
Esta manera de debate político genera una grave polarización de la política. Un grave error en el que puede incurrir la ciudadanía es caer en esta dinámica, en endiosar o satanizar a los distintos actores políticos y donde el elemento emocional se convierta en el componente de la decisión.
Las decisiones se toman con base en la empatía o el rechazo, y no del razonamiento y el discernimiento; y aunque lo emocional es importante y transcendente en los procesos políticos, el riesgo es que se convierta en el único referente para la toma de las decisiones.
Lo más prudente y conveniente es llevar a la clase política hacia el campo de discusión de las propuestas y de los cómos, donde la resolución de los problemas de la sociedad sea el centro de la deliberación social.
En la agenda de los ciudadanos hay tres puntos que deberían guiar el proceso de diálogo político y debate público, al cual deberían sumarse y entrarle todos los actores políticos.
El primero es el debate en torno a la forma de cómo se combatirá la corrupción que hasta ahora sigue siendo uno de los problemas más profundos y arraigados en nuestro país. Nuestro corrupcionario mexicano es elocuente en las distintas formas y maneras de corrupción.
El segundo es el diálogo en torno a la implementación de mecanismos para fortalecer nuestra democracia, la cual sigue cercada por signos autoritarios que no permiten que en realidad lo que guíe la actuación de los gobiernos sea la voluntad popular, y el tercer tema es cómo vamos a reconstruir el tejido social luego de esta crisis de violencia sistemática e ininterrumpida en la que vivimos. Preguntemos y confrontemos a los candidatos sobre estos temas.
Tenemos los mexicanos un gran déficit democrático. No nos sentimos representados por los políticos y partidos. En nuestra democracia mexicana falla el vínculo más importante entre representantes y representados, la confianza, la cual ya no existe. Los políticos en las campañas prometen el paraíso y siempre terminamos en diferentes infiernos. México es el gran país de las promesas incumplidas.