Dedalus, 100 años
Columna: Non serviam/
Leopoldo Emmanuel Benítez/
Antes que cualquier otra cosa, debo aclarar que este no se trata de un texto atrasado del Día de los Inocentes. Muchos son muy graciosos, pero entiendo también que los lectores puedan saltarse una publicación por creer que se trate de una tomadura de pelo. Dicho esto, a lo que vamos.
Este 29 de diciembre, justo un día antes de que esta columna sea publicado en el portal Sin Remitente, habrá cumplido 100 años de publicarse por primera vez “Retrato del artista adolescente”, del gran James Joyce, cuya primera edición fue lanzada en Estados Unidos antes que en Irlanda, curiosamente.
¿Qué cosa puedo yo decir que otros no hayan expuesto ya de forma más amena, profunda y erudita al respecto de James Joyce y su obra? Lejos de elaborar un estudio minucioso acerca de las influencias de Joyce para redactar la historia de Stephen Dedalus o filosofar sobre la relación de amor-odio entre el autor y Dublín, optaré por relatar mi experiencia al leer este libro y la estela que ha dejado en mí.
La primera vez que supe el nombre de James Joyce fue en la película “The departed”, de Martin Scorsese:
—The man makes his own way. No one gives it to you, you have to take it! Non serviam.
—James Joyce.
—Smart, Colin!
Más adelante supe de su relevancia en un curso de literatura impartido por el poeta Fernando Nieto Cadena en el 2011, recuerdo que dijo que Joyce era el “más grande escritor de la historia”. Debía leerlo entonces. Me propuse conseguir lo antes posible “Ulises”, su trabajo más importante; tardé varios meses, pero lo hallé en una pequeña librería del centro de Puebla. Hasta el día en que se publique este texto todavía sigo pensando que no estoy listo para leerlo, aún.
En la Feria del libro de la UJAT celebrada el 2012, encontré en un puesto de libros de medio uso una edición de la década de 1970 de “Retrato del artista adolescente”. Lo mantuve apilado junto con “Ulises” en la sección de “libros que leeré algún día” por casi un año. Decidí leerlo cuando adquirí “Los muertos”, un cuento largo o novela corta —ya no sé— que forma parte del libro “Dublineses”. Lo leí en una sentada y me conmocionó. Entonces supe que me estaba perdiendo de algo grande.
Tengo que ser sincero, la primera página de “Retrato del artista adolescente” es un ladrillazo en la cara. No sabía qué demonios era eso, qué pretendía, con su hace mucho tiempo y la vaquita que hace muuu, era una invitación a cerrar el libro de un golpe. Pero, si logras la paradójica tarea de dejarte llevar mientras lees de forma concienzuda, la experiencia es única.
La cascada de imágenes e ideas, la luz dorada que baña las húmedas campiñas irlandesas, la lluvia de los grises barrios, el frío de las aulas en el colegio jesuita; las charlas de los ultranacionalistas, la camaradería de los colegas, el miedo al pecado carnal, la elección de salir del laberinto… son imágenes y sensaciones que han quedado tatuadas en mi mente por siempre.
Pero sobre todo lo anterior, la forma en la que utiliza el monólogo interior para crear el inconmensurable y terrorífico sermón que atemoriza a Stephen, y la forma en la que éste posteriormente se revela contra todas sus ataduras en un vociferante arrebato de odio, libertad y aceptación, y en la escritura de un febril poema de emociones torrenciales. Se da cuenta que no hay nada qué temer, se da cuenta que es un poeta.
Nuestros padres, nuestra comunidad, nuestra escuela, nuestra nación o nuestro credo no deberían hacernos quienes somos: nosotros debemos hacernos a nosotros mismos, o al menos luchar por ello y no servir por más tiempo a aquello en lo que no creemos. Esa es la esencia del libro, la defensa y reivindicación del verdadero arte que a veces muere engullido en pos de lo social e ideológicamente correcto, pero más importante aún: es la defensa del individuo.
Feliz cumpleaños número 100, Stephen Dedalus. Non serviam.