Épocas decembrinas
Columna Non Serviam/
Leopoldo Emmanuel Benítez Arias/
La época decembrina comenzó por ahí de octubre en algunos lugares, en noviembre en otros. Se podía ver en las tiendas todo tipo de parafernalia decembrina colorida y con buen rollo que resultaba —al menos para mí— nauseabundamente cursi en ocasiones.
Con los años, he ido restando a la época navideña esa importancia religiosa; para mí ya no la tiene. Sin embargo nunca ha perdido ese halo de magia, de “días especiales” porque, en verdad, así es. Es la época en el año en que puedo cambiar de aires (literalmente, de calurosos a fríos) y puedo reunirme con seres queridos que no veo seguido.
Pasa que, con tantas ventas, con tantas imágenes y motivos y colgajos navideños la navidad ya no huele a horneado de pierna, ni a ponche de frutas: lo que se percibe es un barato desodorante manzana-canela y plástico.
No es que me entristezca, lo veo como lo que es: los productos navideños dejaron de ser de calidad para las personas, muchas de las peores cosas se hacen en Navidad. La mayoría de los villancicos, las atroces series y películas para televisión; los mensajes esperanzadores aquí y allá, la grosera cantidad de basura que cada año se genera en estas fechas… la lista sigue, pareciera que lo único bueno son los blockbusters de fin de año y la deliciosa comida.
Este no pretende ser un llamado a la reflexión, nada de eso. Pero sí una meditación sobre lo que representa en estos tiempos la Navidad. Ya no es enteramente una celebración única de la fe cristiana, a veces esta fecha me resulta algo ambigua, ¿qué se celebra?
Supongo que, al fin y al cabo, se trata de una leve exhalación de alivio, como de “una jornada más”, se cierra un nuevo ciclo y pensar y repensar lo sucedido en el año. Después de todo lo acontecido en estos 12 meses, de forma individual, local, regional, nacional y global, es inevitable ahora que se acerca el fin de 2016, que de repente nos pongamos a meditar en lo que fue y lo que será. Siempre resulta muy fructífero y creo que le otorga sentido al festejo y la algarabía, que ya de por sí son bienvenidos.
Tal vez esa sea la razón de estas fechas, la otra razón ya se murió. La vi morirse apilada en un poste de una calle de los suburbios, rodeada de un sucio charco de agua. Ahí estaba el gordo bonachón de Santa Claus, junto a bolsas de basura y cartones viejos, apoyado en el poste con una pose de borracho decadente. Esa Navidad se volvió desechable.