La vida también viaja en el «bus»
Por Diana Rodríguez/
Parecía estar en la parada del infierno. Las manecillas del reloj rebasaban la una de la tarde, la temperatura era agobiante y la espera aparentaba no tener fin en la parada del transporte público de la Zona de la Cultura de la Universidad Juárez Autónoma de Tabasco.
Lo primero que se aprecia son los automóviles y personas que van y vienen, murmullos de la gente, vendedores ambulantes, los rayos de sol que iluminan y calientan a más de 30°C la ciudad; desesperación por la demora de ese transporte que los traslada a un destino deseado, el ruido de los cláxones de las combis y taxis que forman un tráfico en unos cuantos metros de carretera.
A lo lejos, noté esa combinación de rojo, naranja y azul, característico del trans metropolitano de la ruta Reclusorio-Gaviotas-Revolución. Levanté mi mano para indicarle la parada y tuve que caminar unos cuantos metros para poder arribar el camión.
Subí las escaleras y deposité la moneda de 10 pesos dentro de la inservible máquina. Cuando apenas lo implementaron el transporte era lo más cómodo y moderno para viajar. Asientos adecuados y, lo mejor de todo, climatizados. Ahora ya solo quedan los asientos, unos rayados, otros sucios y ventanas que apenas y se pueden abrir.
Me senté en la segunda fila de lado izquierdo, a lado de la ventana. El transporte estaba un poco vacío en comparación de días anteriores: solo siete personas ocupaban los demás lugares. Los rayos del sol iluminaron mi rostro y parte de mi cuerpo. Disfruto el calor que me transmite.
Abrí la bolsa delantera de mi mochila para sacar unos audífonos blancos que me obsequiaron el 14 de febrero, día del amor y la amistad. Los enchufé a mi teléfono y puse play a mi playlist en spotify.
Solo habíamos avanzado unos cuantos metros cuando, en la parada frente a Wal-Mart de la avenida universidad, el chofer de la unidad vio a un señor de avanzada edad que vestía un pantalón verde tipo militar, una playera de idéntico color y una gorra verdosa que cubría su cabeza de los rayos del sol. Traía dos cajas de chicles en su mano derecha y con la otra mano sostenía una muleta con la que se ayuda para poder caminar.
-¡Súbete, tío!- le gritó Daniel, el chofer.
Con un rostro alegre el señor subió y al depositar el dinero de pasaje, Daniel lo detuvo:
-Guarda ese dinero, tío, te sirve para las tortillas.
El señor contento solo respondió: gracias. Y se sentó en el asiento azul que se encuentran en la primera fila de lado derecho, para personas discapacitadas y/o mujeres embarazadas.
-¿Qué onda, tío? ¿Se vendió todo hoy?- Dijo Daniel.
-Así es, gracias a Dios.
-¡Já, 80 varitos!
La plática entre Daniel y el señor se hizo amena e interesante. A pesar de que traía mis audífonos, podía escuchar todo a mí alrededor. Decidí guardarlos.
En su juventud, se dedicaba a correr maratones y ganó más de 30 medallas pero por una lesión tuvo que dejar de hacerlo. Se casó y tuvo hijos que lo apoyan con algo de dinero para que pueda rentar una pequeña casa en Villa Playas del Rosario.
-Aunque no todos me salieron buenos para la chamba pero mal que bien me ayudan- Le confesó a Daniel.
-Oiga, pero si ahora están dando créditos para tener casa.
Por más de 10 minutos hablaron sobre los requisitos que se necesitan para obtener ese crédito llegando a la conclusión de que para poder conseguirlo se necesita una cantidad de dinero fuera de sus posibilidades.
Y así la plática se fue disipando mientras más personas subían al camión. Al llegar a Villa Playas del Rosario, el señor le dio las gracias nuevamente a Daniel y con júbilo le dijo: Dios te bendiga.
-Ándale, tío, cuídese mucho.
Cada uno siguió su camino.
…
Misma ruta pero diferente día. Subí al camión, esta vez decidí sentarme en la quinta fila de asientos ya que se encontraba más lleno que otros días. Era un día soleado, casi mediodía. Unos metros más, en la parada frente a Wal-Mart de avenida Universidad, se subió un muchacho que portaba una guitarra, de una edad mayor a 25 años, aproximadamente, y con él venía una joven muy bonita de unos 18 o 19 años. Los jóvenes empezaron a cantar música cristiana y entre canciones predicaban la palabra del Señor mientras viajábamos.
Al llegar a la primera parada que hace el camión en la colonia Gaviotas, se subió un muchacho alto, piel blanca, cabello oscuro, de 22 años de edad y se sentó en uno de los pocos lugares que quedaban en el camión.
Después de un rato de trayecto, el joven de la guitarra comentó que la muchacha que venía con él era su hija, que posiblemente creíamos que era su novia pero que él fue padre a temprana edad y que tiempo después encontró el camino del Señor y ahora se dedica a la religión y a predicar la palabra. El joven sacó dos cartas de una baraja española en donde decía que iba a dar un ejemplo de como las personas ven las cosas.
El muchacho de piel blanca, que figuraba tener algún tipo de problema psicológico, empezó a contradecir al joven de la guitarra:
-Eso es pura mentira, es mera ilusión óptica.
Los jóvenes simplemente lo ignoraron y siguieron hablando sobre el mensaje que querían transmitir.
-De seguro esa muchacha es tu novia y nada más te la andas cogiendo.
Todas las personas voltearon a ver al muchacho y pasajeros le pidieron que respetara. Éste solo los calló y dijo:
-Dios no existe, es pura mentira, por eso estamos como estamos. Miren lo que está pasando en el país, por eso, hay que votar por Andrés Manuel.
A esto, los jóvenes le pidieron que por favor respetara y la demás gente que venía en el camión les decían a los jóvenes que lo ignorara y al otro que dejara que el muchacho hiciera su trabajo.
Todo terminó unos metros más adelante. Los jóvenes agradecieron a las personas por su atención y solicitaron un apoyo económico y empezaron a recorrer los asientos por el pasillo del camión recogiendo el dinero que algunas personas les obsequiaban. Antes de bajar, el joven de la guitarra le extendió la mano al muchacho que le hizo pasar un mal rato, este le tomó la mano pero lo apretó y no lo soltaba, el joven de la guitarra también apretó su mano, Mientras se miraban fijamente.
-Sí que tienes fuerza, eh. Le dijo el muchacho en tono de burla.
-Así es- contestó el joven de la guitarra. –Pero también tengo fuerza de voluntad.
El muchacho quitó su mano y solo soltó una burlesca sonrisa.
Los jóvenes bajaron del camión unas paradas antes de llegar a la carretera Villahermosa – Teapa.
…
Diferente día, misma ruta. El cielo estaba pintado de un color plomizo y la lluvia caía, se escuchaba tanto como el llanto de ese niño que ocupada unos asientos atrás de mí.
Era poco más de las tres de la tarde, los asientos del transporte estaban saturados, supongo que por el mal tiempo.
Como ya es costumbre, me senté en la tercera fila de asientos del camión, de lado de la ventana, portaba mis audífonos y parecía que la música que escuchaba estaba acorde al pluvioso día.
Una parada antes de tomar la carretera Villahermosa-Teapa, subieron al camión cinco o seis personas. Debido a las condiciones climatológicas, se encontraban un tanto empapadas.
Una señora que cargaba un par de pequeñas bolsas de súper, una mochila tejida de combinación negro con azul y una bolsa de mano negra se quedó parada un asiento delante mío porque ya no había más asientos disponibles.
De repente, la señora que venía sentada frente a ella empezó a secar su brazo con su mano, podía notarse cierta molestia de la señora, hasta que le dijo:
-¿Puede quitar su bolsa, por favor? Me viene mojando.
La señora que estaba parada, no tenía para donde más moverse y le dijo que lo sentía. Movió su bolsa solo unos centímetros.
La señora que se encontraba sentada, nuevamente se quejó y así otras dos, tres veces.
La señora que se hallaba parada trató de ignorarla, hasta que la fastidió y le dijo en tono elevado:
-¿Qué no ve que está lloviendo y vengo parada? Disculpe.
La señora que estaba sentada solo refunfuñó.
Y justo en ese momento la señora que venía sentada de lado de la ventana, frente a mí, alado de la gruñona señora le dijo a la señora que venía parada:
-Señora, le cargo su bolsa.
-Gracias- le contestó.
Y así fue como como terminó esa pequeña disputa.
La señora de las bolsas bajó en Villa Parrilla y otra en el mismo lugar donde bajé. Era doña Yuli, mi vecina.