Fraternidad en la intemperie: Sergio Ávalos
Por Audomaro Hidalgo
Sergio Ávalos salió de Tabasco en 1993 para continuar sus estudios académicos en el extranjero: hizo una maestría, luego un doctorado y finalmente… Los años pasan y pasaron: lleva más de la mitad de su vida viviendo en Francia. Nosotros nos conocimos en mayo de 2006, en el marco de las Jornadas «José Carlos Becerra» organizadas por la Universidad Juárez Autónoma de Tabasco. Recuerdo que Sergio leyó un texto en el que hacía un ejercicio de literatura comparada entre el «Batman» de Becerra y el «Spiderman» de Quirarte. También me acuerdo de una conferencia extraordinaria que dio sobre Bernhard Schlink en una edición del Festival CEIBA. Sergio había decidido hacer un paréntesis en su vida francesa y se estableció en Villahermosa de 2005 a finales de 2010. A partir de nuestro encuentro, solíamos vernos con frecuencia: me buscaba y yo lo buscaba. Antes de venir por primera vez a Europa, en el verano de 2006, me dio algunas orientaciones prácticas que me fueron útiles durante mi viaje. Hablábamos mucho de la literatura mexicana y de la poesía francesa, que Sergio conocía de primera mano. Me descubrió a Valérie Rouzeau, de quien me obsequió el libro Va où, que apenas pude descifrar con la ayuda de un diccionario. Aquella primera barrera con la lengua no me impidió sentir que se trataba de una gran poeta, como he podido constatarlo al leerla ya directamente en francés. Antes de continuar quiero decir que Rouzeau es la autora de Télescopages, un volumen de poesía fragmentaria sobre el meteorito que se impactó en las inmediaciones de Allende, un pueblo de Chihuahua, en febrero de 1969. Ese libro espera aún a su traductor o traductora.
Durante una perezosa tarde de café, y sin duda porque nos aburríamos sobremanera, se nos ocurrió realizar un festival de poesía. Así organizamos y coordinamos la I Asamblea Nacional de Poetas Jóvenes en Tabasco. Generación del 70 y 80, que se llevó a cabo en Villahermosa en noviembre de 2010. A ese evento asistieron varios poetas de diferentes estados del país. Nunca nadie volvió a hacer algo semejante. Dos o tres semanas después, Sergio volvió a Francia, donde trabaja desde entonces como profesor universitario. Siempre pensé que tenía muchas cosas que aportarle a la cultura del estado, aunque en aquel momento (y aun ahora) no se dieron cuenta o no quisieron verlo: celos, calumnias y difamaciones, envidias soterradas, mezquindades del medio. Nuestra amistad y nuestra conversación son esencialmente las mismas, lo que cambió fue el escenario de nuestros encuentros: seguimos viéndonos como antaño, pero ya no en algún café de Villahermosa sino en alguna brasserie de París. Cuando le he pedido consejo, me lo ha dado; cuando he necesitado ayuda, me la ha ofrecido; cuando le he confiado algún problema, me ha escuchado. Fraternidad en la intemperie.
Sergio Ávalos ha publicado la plaquette Donde la luz en sus corceles de humo y los poemarios ¿Sabes si aún estamos lejos del mar? y Una ciega alegría. También ha traducido la novela Poca luz de Ivan Alechine (Aldus), Pasos de piedra de Jean-Louis Giovannoni (Monte Carmelo) y el intenso-extenso poema Las cenizas azules (Mantis/Ëcrits des Forges) de Jean Paul Daoust. Trabajó en el Departamento de Derechos de autor de Gallimard, una de las editoriales más importantes del mundo. Organizó el Encuentro de Editores Mexicanos y Franceses en París y obtuvo el Primer Premio de Haikú del Centro Cultural Japonés de la capital francesa. Fue incluido en Une année en poésie, una antología de poesía infantil y juvenil publicada por Gallimard. Transcribo el poema escrito por Sergio directamente en francés:
BIGORNEAU
Petit bigorneau,
j’ai trouvé ta maison
toute ronde
comme un drôle de chapeau.
Où es-tu parti ?
Et pour quelle raison ?
T’es-tu fait manger
au fond de la mer ?
Es-tu parti jouer
loin de ta maison ?
Moi je n’avais plus de maison
mais te remercie
de pouvoir habiter
dans ta belle coquille
Cordialement,
Bernard L’hermite.
Tras sus titubeos iniciales, luego de su paso por una poesía digamos experimental, Sergio Ávalos llega a su primera madurez poética con Una ciega alegría. Este no es un libro sobre la vida de un ciego ni sobre la inexorable usura del tiempo, sino más bien sobre la ceguera de los sentidos, enfermedad del ser humano contemporáneo. Tampoco se trata de un libro del intelecto sino de la inteligencia sensible, la más despierta, la lúcida sensibilidad de un poeta:
Para mí sólo existe lo que toco y siento y oigo y huelo
y todo es bello o casi.
No vivo en la oscuridad
ni en las sombras,
la oscuridad de los videntes no es mi oscuridad.
El libro oscila entre el verso y el fragmento, como si el autor tratara de hallar el mejor acomodo a la voz y a los registros de las percepciones de Nicholas Saunderson, quien vivió ciego prácticamente toda su vida pues perdió la vista a causa de la viruela cuando apenas tenía un año. Roland Barthes escribió que para lograr el dibujo literario de un personaje con un peso histórico específico (digamos, Napoleón), el escritor no debía trabajar la voz sino hacer que un personaje secundario narrase desde fuera las hazañas del héroe. Por ejemplo, las de Alejandro Magno contadas por Bagoas, su criado. No obstante, estas especulaciones teóricas ya las habían refutado antes Robert Graves en I, Claudius (1934) y Marguerite Yourcenar en Mémoires d’Hadrien (1951). ¿Leyó Barthes estos libros? ¿Supo de ellos? Pareciera que no, sus ídolos fueron siempre Flaubert y Proust. Perspectiva temporal, documentación histórica e imaginación poética son necesarias para conseguir el cabal retrato de un personaje legendario.
Ávalos nos revela desde el exterior los gestos y percepciones sensibles de Saunderson:
Nicholas Saunderson tiene el mundo en la punta de los dedos.
Toca Bach en su flauta
mientras piensa en el giro lentísimo de los planetas,
en los colores de Newton,
en la composición de una luz que ya no recuerda.
Saunderson puede explicarla con detalle,
la luz invade su mente como una marejada.
Cada corpúsculo
es una esfera veloz,
líneas en la vorágine de su memoria.
Pero también recrea con inteligencia la voz de este científico inglés del siglo XVIII:
Los semicírculos de mi bastón guían mis pasos a cierta distancia de la pared. A la derecha huele y suena a río y a gaviotas. Hay un sol que no logra calentar mis manos. La plaza es hacia la izquierda. Esquivo una masa grande y espesa que pide monedas y una voz amarilla y dulce. Caminar por la ciudad es caminar siempre al borde, al margen del mundo.
Muchos poetas mexicanos han sentido la fuerza gravitatoria de Francisco Hernández, especialmente los de la década del 70 y, sobre todo, mi generación, la del 80: varios lo han copiado y lo han imitado. Aprovecho para decir que Moneda de tres caras es un título central en la poesía mexicana de la segunda mitad del siglo XX. También digo que, aparte de Mar de fondo, los libros posteriores de Francisco Hernández son previsibles. La influencia del mejor Hernández es evidente en el libro de Ávalos. Por cierto, en su Diario invento, Francisco Hernández dedica algunas páginas a un viaje que hizo a París y habla de Sergio, quien lo recibió, lo atendió, lo guio y finalmente lo acompañó al cementerio de Montparnasse porque el poeta veracruzano deseaba conocer la tumba de César Vallejo, que tiene inscrito aquel bello epitafio de Georgette, viuda de Vallejo: «J’ai tant neigé pour que tu dormes».
En el centro del libro, la figura de Abigail, cuerpo blanco y ligero. Mujer: cifra del mundo, astro emanador de la luz con la que accedemos al otro lado de la realidad. Por eso se trata de una «ciega alegría», por la consciencia de las agudas percepciones del jubileo del mundo y por la presencia solar de lo femenino. Una ciega alegría es un libro de un delicado erotismo:
Déjame descubrirte como descubro el mundo
con mis dedos deslizándose por tu cabello que fluye como el río.
Tu amplia frente arde como sol de verano
y tus mejillas me recuerdan la textura de las nectarinas.
Tus ojos deben ser como dicen que son los astros.
Ven, Abigail, que yo te cuente cómo se acelera la sangre de tu cuello
y déjame que escuche la sonata que se interpreta en tu pecho.
El poeta Jeremías Marquines observó: «Sergio Ávalos ha escrito un libro portentoso, quizá porque proviene de una prodigiosa tradición poética: sus versos están más cerca de Gorostiza y Becerra que de Pellicer». No lo creo. El simple hecho de que el autor haya tomado como título un verso de Gorostiza no lo adscribe necesariamente a una supuesta tradición, por lo demás inexistente. El tono de Donde la luz en sus corceles de humo está más cerca de Jabès que de Pellicer; ¿Sabes si aún estamos lejos del mar? tiene más de la poesía norteamericana y francesa que de la hispanoamericana; Una ciega alegría se basa en la técnica del retrato poético-con influencia baudeleriana, es decir, eso que el propio Marquines llama con acierto «equivalencias sensibles» y el poeta francés «correspondences». No, este libro no es «portentoso» ni el autor proviene de una «prodigiosa tradición». Es un libro inteligente, escrito con madurez y lucidez, sin relieves retóricos ni carrasperas verbales. Ávalos ha escapado a la influencia de la triada. Escapar no quiere decir ignorarla: no sólo ha leído muy bien a esos tres poetas sino que los ha asimilado y los ha contradicho. Precisamente por tener consciencia de ellos es que ha podido trascenderlos. El poeta digno de este nombre conquista la tradición de la lengua para rehacerla, trascenderla y otorgarle un núcleo de gravedad a su poesía. Sería mortal cortar los vínculos con los poetas del pasado, sobre todo en este presente en el que muchos creen que la poesía comienza con ellos. Esta actitud se debe a una pérdida de nuestra perspectiva histórica. Hoy son muchísimos los libros de poesía escritos a partir del diálogo con la ciencia, o que toman como punto de partida una metáfora científica. Pero esta relación no es novedosa, ha existido siempre; lo realmente nuevo es el cambio de paradigma epistemológico y la mutación de sensibilidad que eso conlleva. El paradigma del siglo XX fue histórico, con su creencia en el progreso y su idea de un futuro mejor; el del nuestro es científico, con sus productos y aplicaciones tecnológicas. Esto no significa que la historia haya dejado de existir, lo que quiero decir es que la consciencia histórica en los hombres se hizo más aguda y problemática en el siglo pasado. Por nuestra parte, mientras más nos adentramos en el siglo XXI se hacen más evidentes los riesgos que corremos: la irreparable alteración del clima, el absurdo de la guerra y los nacionalismos, el latente riesgo nuclear, la vertiginosa aceleración de los tiempos, la implantación de deseos que no son nuestros, la robotización del hombre y la humanización de la máquina, el saqueo de nuestra alma y la fragmentación moral. «Son estos tiempos recios», como escribió Santa Teresa. Para estar en el presente, para verlo y escucharlo mejor, no hay que perder de vista el pasado.