Historias CotidianasHoy escribenVíctor Ulín

«Jueces digitales»

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Víctor Ulín/

Nos hemos convertido en jueces implacables y en los verdugos digitales del siglo XXI.

Ni cuenta nos dimos en qué momento, con los celulares en mano, nos volvimos tan desalmados contra nuestros semejantes. Cualquier película de ciencia ficción es ridícula frente a la que nosotros protagonizamos todos los días.

Hemos normalizado todo lo que antes rechazábamos. Nos da igual si es una anciana o una joven la que ha vivido una tragedia o muerto. Somos una embestida de animales que se lanza sobre la presa para re victimizarla.

El video o las imágenes que se vuelven virales como una enfermedad epidémica que avanza minando la humanidad y secando corazones, son carroña para nosotros. Alimentan nuestros odios, egoísmos, envidias e indiferencia. Aflora la zona más oscura de nosotros.

Es lo que somos. Monopolizamos ahora la verdad y sentenciamos sin piedad en los muros de las cuentas de Facebook o de Instagram. No hay debate, menos aportaciones o condolencias sinceras. Solo desfilan prejuicios y frustraciones de quienes se asumen como los modelos de la moral y las buenas costumbres.

Repetimos, como adictos, una y otra vez el vídeo o revisamos las imágenes para ver lo que le ha pasado a la persona y entonces es suficiente para juzgarla y luego, colectivamente, sentenciarla al Cadalso, sin oportunidad de apelar. Pedimos justicia, pero casi siempre la negamos cuando la decisión está en nuestras manos y empeñamos el celular para pronunciar nuestra condena.

Lo sucedido recientemente a una joven en Guadalajara mientras realizaba una transmisión en vivo nos exhibió todavía más o, mejor dicho, nos reveló como lo que somos y no aceptamos: los jueces y verdugos digitales de esta nueva etapa regresiva, de una civilización que camina al precipicio con los ojos abiertos.

Vivimos una conversión en la que nos cuesta volver a nuestra condición de seres humanos y nos quedamos cada vez más tiempo siendo lobos. Los lobos son lobos. No son ni usted ni yo. O no deberíamos serlo.

Quiénes somos nosotros para decidir quién actúa mal o bien, quién hace lo correcto o incorrecto, quién debe vivir de una u otra manera, con quién juntarse, a quién querer, con quién casarse o andar.

¿Quién está libre de pecado y puede lanzar en verdad la primera piedra? Ninguno. Ninguno. Todos somos imperfectos. Tenemos intereses, motivaciones y sueños totalmente distintos.

Algunos deciden rutas largas y otros cortas para lograr lo que desean. Cada quien lo decide, cada quien es libre de hacer lo que le parezca con la sola condición de no afectar al otro, esté en lo cierto o equivocado en su propósito. Ese acierto o ese error puede ser el de usted o el mío por lo que hemos decidido cómo vivir. Y asumimos las consecuencias, pero no debe haber condena de parte de quien no ha vivido ni vivirá nuestra vida.

El adulto al que juzgamos hoy fue niño ayer. Tuvo familia. Educación. Vivió o vive una vida diferente a la nuestra. Ninguno vivirá la vida del otro o de los otros.

Lo que tendría que provocar una tragedia o la perdida de vida de una mujer o un hombre es solidaridad, sororidad. Lo que hagamos, digamos o escribamos en los muros del Facebook o Instagram en contra de alguien que ya no puede ni defenderse, es igual de alevoso y reprobable como el que cometió el delito.

Somos la sociedad del espectáculo, de la barbarie, que parece no tener salvación, que se va devorando una esperanza que, paradójicamente resiste, y sigue en pie, firme.

Las redes sociales son lo que antes el circo romano. Los asistentes son gente embrutecida que disfruta con placer del dolor ajeno. Que pide más y más mientras desfilan los cuerpos ensangrentados de las personas.

La joven que fue nota durante unos días y que fue convertida en espectáculo sin merecerlo, era como usted y yo. Alguien que estaba viviendo en el día a día. Que vivía como quería. Era su derecho legítimo.

Cuando acertamos nadie o muy pocos lo advierten. Cuando fallamos o nos equivocamos, porque somos seres imperfectos, la mayoría o todos nos señalan, y hoy nos devoran en el nuevo circo digital en el que no hay piedad para nadie. Nos estamos quedando sin humanidad.

 

 

 

 

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