El día que te cambia la vida
Columna La Sultana/
Rocío Villalobos/ foto: casacochecurro/
Latido, latido, pausa.
Contrae, expande.
Latido, latido, pausa.
Lo sé, sé que todo se ha intensificado, sé que justo en el momento que miraste el resultado en manos tu vida dio un giro inesperado de 180º, que todos y cada uno de tus pensamientos ya no son sólo por ti y tu bienestar, que estás dimensionando las consecuencias que a futuro tendrás y en cómo es que te vas a valer por ti misma de ahora en adelante si es que no cuentas con el apoyo de tus padres, tu pareja, alguien…
Lo sé, sé que necesitas de un abrazo, pero rechazas la idea de que en el momento de que tu cuerpo encaje con el que te brinde apoyo moral (que en muchas ocasiones es tu pareja o algún amigo) y la grieta que se había estado formando a lo largo de toda la espera y la preocupación, la cual detenía todas y cada una de tus lágrimas, se rompa por completo y no haya modo de detener el flujo de tus emociones.
Mofándose de ti, en un color rosa chiquillante se encuentran las dos rayas que dan como positivo la prueba de embarazo; sientes los borrones del guionista sobre el libreto de tu vida, rasgando con vehemencia y volviéndose paranoico ante las diversas emociones que te embargan una vez que sabes eres madre y no hay vuelta atrás. Nunca imaginaste que de estar pensado en cuáles son las nuevas prendas de temporada de Victoria’s Secret, el single tan esperado de tu artista favorito o, ¿por qué no? si en el final de la novela o temporada de la serie que pasabas horas en cama viendo será tal cual lo imaginas o lo dejarán con los tediosos finales abiertos que sólo te dejan más picada… a pensar en el paréntesis tan grande que se ha abierto en lo que a tu vida respecta con la llegada de un bebé.
Dejas de lado el hecho de que se acabaron los gustitos para los que ahorrabas, entiendes que ahora más que nunca debes de alimentarte bien, por el sano crecimiento del bebé, pasas la mayor parte del día haciendo y rehaciendo el discurso que darás a tus padres con la noticia de que serán abuelos sumándole el hecho de que posiblemente tu pareja desee formar parte de la familia que ahora te toca formar o si su desentendimiento es una de las otras noticias que tienes que dar, que después de haberlo dicho todo ante tus padres no importa si te echan de casa, no puedes dar marcha atrás porque nadie más que tú debe hacerse cargo de las responsabilidades que ya adquiriste en el momento de convertirte en madre.
Piensas en las futuras noches de desvelo entre trabajos de la universidad, la fastidiosa tesis y los llantos del bebé cuando tiene hambre o se acostumbra a tu calor y sólo quiere que lo cobijes entre tus brazos, calculas el tiempo que te tomará realizar todas tus actividades al día una vez que el bebé haya nacido, te embarga la preocupación de qué vas a hacer cuando se enferme y los medicamentos hagan efecto a las horas cuando lo único que quieres es que tu hijo esté bien, en lo inevitable que será que la gente del pueblo hable de ti, aunque realmente no te importe sus opiniones, pero sabes que en cierto modo afectará a tu familia, que los planes a largo plazo que habías formado con tu pareja se convirtieron en cuestión de segundos en planes a realizar, ni siquiera tienes la opción de que sea a corto o mediano plazo, porque el tiempo no espera, ya no hay vuelta atrás, el embarazo consta de nueve meses de gestación, no es eterno, y, de entre tantas cosas pero no menos importante, en que necesitas dinero para comprar los paquetes de pañales y la leche y…
Es gracioso, en cierto modo, cómo el chip de joven sin preocupaciones deja de existir y se inserta en ti ese modo de ser devorador de horas y constantes preocupaciones por todo y todos. Te convertiste en madre.
Sé que estás muerta de miedo, que de 24 horas del día aproximadamente 20 de ellas tu cabeza no deja de dar vueltas en cómo vas a salir adelante por ti misma (aunque en muchas ocasiones hayan seres que te aman apoyándote sin limitación alguna), que te preocupa el hecho de que ya no estás construyendo un futuro para ti, sino para ese ser que está luchando y aferrándose a su cuna maternal con todas sus fuerzas. Que hay días en los que no quieres salir de cama, sólo deseas tirar de la sábana hasta cubrir todo tu cuerpo y escabullirte de la realidad. Que te sientes frustrada, por querer ser más y todo lo que ese bebé necesita.
Cada día es un borrón nuevo, un paréntesis abierto, puntos suspensivos, un capítulo con final abierto al terminar el día…
Y antes de cerrar los ojos, un ligero revoloteo dentro de ti que te dice “no te rindas”.